La pediatra camerunesa Esther Tallah, premio Harambee, trata de aunar educación y sanidad para reducir la tasa de fallecidos en su país.
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Nada tan frío y tan devastador como un dato. «Los últimos informes sobre malaria hablan de un niño fallecido cada dos minutos por culpa de la enfermedad. Antes era uno cada seis segundos. Hemos mejorado, sí, pero sigue siendo muchísimo». Esther Tallah, pediatra, habla sosegadamente a pesar de exponer unas realidades tan injustas que merecen ser gritadas. «La malaria como causa de mortalidad tiene una tasa más alta que la del sida y otras enfermedades, y particularmente en niños de menos de cinco años. El sida sobre todo actúa entre gente de en torno a 15-25 años, sobre todo mujeres. Y la malaria, en niños».
Prevenirla es, en ocasiones, tan sencillo como instalar mosquiteras en las casas. Tiene tratamiento. Detectarla es tan simple como analizar una gota de sangre.
Y sin embargo el año pasado murieron 584.000 personas, según la Organización Mundial de la Salud, por la malaria. De ellas, 528.000 en África.
«Aunque hay bastante ayuda internacional, no existe la suficiente implicación dentro de nuestro país. La meta es conseguir un mayor equilibrio entre la ayuda internacional y el compromiso interno»
Pueden tragar esta dosis de indignación antes de masticar la siguiente.
En España hubo brotes de malaria tras la Guerra Civil, en los años 40. Se erradicó. En Italia desapareció en los años ochenta. Pero el mundo no tomó conciencia del problema en África hasta el año 2000. «Gracias a Kofi Annan, secretario general de la ONU entonces», explica Tallah. «Es el que crea la Fundación de la lucha internacional contra la malaria.En ella todos los países contribuyen económicamente. Bush fue el gran impulsor en Estados Unidos. Eso ha hecho que se implique el Banco Mundial». Y sin embargo a veces no vale solo con inyectar dinero. «Aunque hay bastante ayuda internacional, no existe la suficiente implicación dentro de nuestro país. La meta es conseguir un mayor equilibrio entre la ayuda internacional y el compromiso interno».
Y ahí entra la segunda parte de la ecuación en la que trabaja esta pediatra camerunesa que ayer recibió el premio Harambee en una cena solidaria en el Hotel Gareus (cien asistentes a 35 euros el cubierto). Aumentar la escolarización de las niñas. Un 50% de ellas está fuera del sistema escolar en su país. «El Gobierno ha desarrollado las políticas necesarias. Y aunque sería gratuita, hay costes que las familias no pueden soportar. En educación secundaria, además, hay creencias y prácticas tradicionales que impiden a las niñas ser educadas. Por ejemplo, la niña tiene que casarse y una vez que se casa pertenece a la otra familia».
«Me di cuenta de la relación que había entre la educación y la sanidad. Mi proyecto es implicar a las madres en la educación porque son las que realmente educan. Si la educas y la formas a nivel sanitario tienes más oportunidades de que las mujeres sobrevivan»
Su madre viuda, fue la excepción. Quiso que su hija estudiara. «Trabajaba en un hospital y me sentía frustrada de ver la situación de las mujeres». El hijo de una paciente falleció porque ella no se atrevió a salir de casa. Su marido estaba de viaje y cualquier vecino podía haberla acusado de salir sin permiso. Esperó tanto que cuando él regresó y acudieron al centro, el niño ya estaba demasiado grave. «Me di cuenta de la relación que había entre la educación y la sanidad. Mi proyecto es implicar a las madres en la educación porque son las que realmente educan. Si la educas y la formas a nivel sanitario tienes más oportunidades de que las mujeres sobrevivan».
La escuela que ha fundado en Yaounde, Ti’ama, es la primera parte de un sueño
La escuela que ha fundado en Yaounde, Ti’ama, es la primera parte de un sueño. Al principio niños y niñas van juntos a la escuela primaria, pero con el paso de las etapas educativas las niñas van desapareciendo. Buscamos ayudarlas para finalizar su proceso educativo», espera Esther Tallah.