Periodismo: ¡Sin pegatinas, por favor!

Cuando en agosto de 2007 descendí los 18 peldaños de un Airbus 340 en un pequeño país llamado Togo nunca pensé que cogería el mal de África. Conmigo hicieron poco negocio allí -le digo a un amigo senegalés-, pues con 67 kg no tengo suficiente carne como para caer en “la olla del hombre blanco”. Y claro, aquí está mi error, pues en estas últimas palabras he propuesto un estereotipo: pensar que la raza africana se mueve alrededor de una marmita y unos hombres ululando, como en los dibujos de la selva y en las películas de Tarzán.

Pero ahora, tras aquellos días en Togo, he contemplado a gente trabajando en la vida ordinaria. Y también ciudades africanas con algunos rascacielos. Sí, cómo no, también penurias. (Penurias que ya sabía por televisión). Pero en África, tras varios viajes, los hechos me enseñaron a cambiar la opinión de las cosas por la realidad de las cosas.

Algo así dice Juan José Millás, columnista en El País. ‘A veces las ideas son como esos zapatos viejos que nos resistimos a tirar porque resultan comodísimos. O como ese sillón en el que dormimos la siesta desde hace 20 años y del que no estamos dispuestos a desprendernos de ninguna manera. Hay ideas que de tanto usarlas, han adquirido ya la forma de nuestro cuerpo. Dentro de ellas no nos puede pasar nada, y las defendemos a muerte. Lo malo es que, en la misma medida en que nos protegen del entorno hostil nos limitan. Por ello hay que tener el valor de cambiar de zapatos, desprenderse del sillón y de poner en cuestión las opiniones que utilizamos’. (El País, 5 diciembre 2003).

Tirar los zapatos: eso es. Desprenderse de los estereotipos y de ideas previas, de las opiniones que colocamos como pegatinas en las espaldas de compañeros, políticos, empresas o instituciones. En momentos de crisis o de catástrofes podemos recordar que hay más elementos que nos unen, que diferencias que nos separan. Anna Harednt habla de la condición humana, un denominador común social que indica que estamos en el mismo barco de la humanidad.

Así, –sin ser ingenuos, ni tampoco cínicos-, podemos ver la realidad de esa condición humana con la “mirada del otro” sin juzgar previamente (aunque ojalá no recordemos esta situación sólo cuando exista una tragedia que nos lleve a la compasión de Haití).

Ryszard Kapuscinski, Premio Príncipe de Asturias, enseñaba que no se puede hablar de aquello que previamente no se ha vivido. Así que volviendo a la cuestión inicial ¿podemos hablar de África más allá del drama continuo de la malaria, el sida y la guerra representada por televisión?

En ese agosto en Togo, tras 40 entrevistas de calle y 6.000 fotografías en 12 días para un reportaje de 2 páginas, decidí que la realidad era más rica que mis imágenes televisivas. La vida ordinaria existía en el África tropical: taxis por las calles, niños en vacaciones escolares jugando al fútbol, madres que tendían ropa y preparaban la comida, comerciantes que vendían telas, etc. Normalidad.

Mi sorpresa crecía al ritmo que caían mis estereotipos africanos así que, dispuesto a comprobar si mis sentidos me engañaban, decidí dejar Togo por otro país: Benin: quería confrontar la vida y la muerte africana… visitando la morgue de un hospital con un amigo forense.

Una buena mañana cogí un taxi y cambié de país junto a ocho pasajeros. Al llegar a la frontera con Benin el Opel Kadet rojo aminoró la marcha y allí nos bajamos. Entonces comprobé que mi visado había expirado por un error burocrático y que era un ilegal en un país extranjero. Comprendí la impotencia de ser y de no-ser-nadie. Sin papeles, supuestamente, no tenía la misma dignidad. Pero la aduana no me quitaba mi condición humana, como sucede hoy día con las personas desplazadas de otros países.

En fin, ese suceso renovó mis fuerzas para trasladar una imagen positiva sabiendo que la miseria existe pero que, algunas veces, no merece la pena incrementar su voz, si no se habla también de la esperanza de muchos africanos. Por esto, he intentado trasmitir una imagen propositiva de África en mis reportajes. Así lo hago como colaborador del proyecto Internacional Harambee, nacido en 2002 en la canonización de Escrivá. ONG que persigue trasmitir una imagen ordinaria del continente africano.

Así, que en 2007 comenzó mi enfermedad con África. Enfermedad que he repetido en 2008 y 2009 con proyectos asistenciales en Marruecos, Uganda y Kenia haciendo caso a Ryszard Kapuscinski quien decía que “la vida consiste en cruzar fronteras”. Pero también Confucio ha dicho que como mejor se conoce el mundo es sin salir de casa. Y no le falta razón. No es imprescindible desplazarse en el espacio; también se puede viajar hacia el fondo del alma. Así, no hace falta cruzar fronteras físicas. Basta con cruzar las fronteras culturales, profesionales o familiares cotidianas: llevar o no llevar al hijo al colegio; visitar a un enfermo o no; trabajar intensamente o no; ayudar a un amigo necesitado o no, etc.

En definitiva, “escribo mi biografía con la vida de otros”, señala el fotógrafo Richard Avedon. Y no le faltaba razón, pues nadie es un eslabón suelto sin relaciones humanas. Por eso, la mejor forma de acercarse al mundo es buscar la Mirada del Otro.

En mi opinión, nadie está solo y el periodismo redime si buscamos la humanidad. Quizá en días de penurias, crisis y abismos ya sean en Haiti o en la Chana y Almanjayar hay mucha gente que necesita nuestra pluma o nuestra mirada. No se la quitemos. No estamos aquí para mirar lo que perdemos, sino lo que ganamos cuando sacamos valores en historias cotidianas que persiguen un mundo más justo.

Hoy, aniversario del fallecimiento de Ryszard Kapuscinski dedico este premio a mis padres y a todos los compañeros que sufren o me enseñaron la Mirada de los Otros, especialmente a Ideal y Fernando Velasco, Cárdenas, Barrera, Luis Muñoz, Rafa López, Amina, Jota, Cambril, Eduardo y a todos los camaradas que están sin trabajo. Ofrezco este premio inmerecido para los Nakya Jane y los cooperantes del Colegio Mayor Albayzín. Para ellos también pido el periodismo de la condición humana. Sin pegatinas, por favor.