“En África aprendí que ayudar es invertir, no dar beneficencia”
Marga, que es como la llaman en esta casa austera donde me recibe, se preocupa de que todo, desde la luz hasta el aire, esté a punto para poder hablar sin distracciones. Sospecho que es su sistema, por decirlo así, su estilo. Los siete que tiene en casa lo deben de saber. Es inquieta, pero no intenta imponer su ritmo a la conversación. Ella quiere hablar de África. Y yo, que tengo mis manías, le pregunto por la familia, por la infancia y por el corazón.
Así que usted lo dejó todo, tuvo seis hijos y un día les dijo que volvía a trabajar. ¡Seguro que les dio un disgusto!
Se hicieron más independientes y más responsables. He dedicado muchos años a mis hijos, ahora estoy empezando a recoger los frutos. La familia tiene una enorme importancia.
Y, sin embargo, dicen que atraviesa una profunda crisis.
La crisis de la familia es una crisis de las personas. Otra cosa es que los que forman la institución trasladen sus problemas individuales.
Y con los hijos organizados se embarca usted en Harambee, un proyecto de solidaridad.
Harambee nace en 2002, después de la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer. El Papa pidió que los agradecimientos se canalizaran hacia la ayuda a los que la necesitan. Nos hemos centrado en África, donde hemos realizado 24 proyectos en 14 países.
Es el único continente donde según cifras de la ONU el hambre progresa.
Por eso elegimos África. Es el continente más difícil, pero tiene solución. Creemos que ellos son capaces y la única posibilidad de que lo consigan es que trabajen para ellos mismos. Nuestro objetivo es apoyar proyectos gestionados por los africanos. Hay que romper con la idea de que África es un niño pequeño al que hay que llevar de la mano.
Pero parece ser que, para Occidente, África es la triple guadaña de la muerte: hambre, guerra y sida.
Y, sin embargo, hay una África positiva, de gente capaz. Son generosos, y comparten lo que tienen, no lo que les sobra, como en Occidente. La miseria de los arrabales de las ciudades, como en Nairobi, es terrible. Pero ves a gente con valores profundos.
¿Qué le ha impresionado?
El jefe de una tribu. Encontraron en el camino a un hombre desplomado. Lo llevaron a un hospital. No se separó de él hasta que le dieron el alta.
Y también hay que decir que llevan otro ritmo…
En África la gente escucha y asume como propios los problemas ajenos
¿Harambe tiene alguna prioridad en la ayuda?
Los proyectos que apoyamos están estrechamente relacionados con la educación. La educación es lo que saca a la gente adelante. También con la paz y la reconciliación, como en Ruanda o Sierra Leona, o con la formación para mujeres en las cárceles de Nairobi.
¿Qué ha aprendido usted en África?
Que ayudar es invertir, no hacer beneficencia. Antes de ir a África trabajas con la cabeza, cuando llegas trabajas con el corazón. Aquí nos sobran muchas cosas y nos faltan otras que nos pueden hacer más felices: tiempo, serenidad o afectos.